jueves, 17 de enero de 2019

El vicio del poder

El vicio del poder. Título original: Vice

Director: Adam McKay

Actores: Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell, Sam Rockwell, Eddie Marsan, Jesse Plemons, Tyler Perry, LisaGay Hamilton

Guión: Adam McKay

Productores: Megan Ellison, Will Ferrell, Dede Gardner, Jeremy Kleiner, Adam McKay, Kevin J Messick, Brad Pitt

Montaje: Hank Corwin

Fotografía: Greig Fraser

Música: Nicholas Britell

Producción: Annapurna Pictures, Gary Sanchez Productions, Plan B Entertainment


Tras unos inicios ligados al Saturday Night Live y a las comedias de Will Ferrrell, Adam McKay dio un sorprendente giro en su carrera con La gran apuesta, film donde el humor era la herramienta principal para realizar una demoledora crítica al sistema político y económico estadounidense.
Tras su enorme éxito McKay dobla la apuesta, atreviéndose esta vez con una de las figuras más oscuras de la historia política estadounidense, el vicepresidente de EEUU durante el mandato de George W Bush.

Abordar la figura de Dick Cheney es sin duda un reto apasionante, odiado y desconocido casi a partes iguales, su importancia fue capital durante esos ocho años en los que el mundo definitivamente cambió. Así la película decide abrir dos vías, por un lado el aspecto humano para explorar el ascenso de Cheney en su vida personal, y por otro su influencia política durante todos los escándalos que se sucedieron en su etapa en la vicepresidencia.

El problema es que la película quiere abarcar tanto que es como esa manta pequeña que cuando la estiras te destapa los pies y cuando la colocas te deja medio cuerpo fuera. A nivel personal nunca se llega a definir correctamente la personalidad y psicología de Cheney y sobre todo como consiguió ascender al poder y es que tan pronto le observamos como un paleto redneck borracho como dos secuencias después se ha convertido en el maquiavelo que domina los hilos en las sombras en Washington, tan pronto le vemos interesado en Rumsfeld para a continuación verle convertido en su mano derecha sin saber cómo. Estos saltos argumentales podrían pasar como elipsis adecuadas debido a la complejidad del personaje a tratar, pero cuando te das cuenta que la película está plagada de ellos empiezas a pensar que directamente han querido contar tantas cosas que no han tenido tiempo para explicarlas dejando una sensación de absoluta falta de cohesión.


Más de lo mismo ocurre cuando se trata lo que a priori debería ser el núcleo fundamental del film, sus ocho años en la vicepresidencia, se desaprovechan grandes momentos como su negociaciones con Bush (un estupendo y poco aprovechado Sam Rockwell) y se pasan muy por encima de temas como Halliburton, ISIS, Irak, Guantánamo o Abu Ghraib y es que, una vez más (y perdón por la redundancia), se quieren contar tantas cosas que irremediablemente no hay tiempo para todo.

Si a nivel argumental esos saltos narrativos son la norma, a nivel artístico el film cumple sin más, Christian Bale está acertado en su papel básicamente porque imita estupendamente a Cheney, algo a lo que ayuda un maquillaje absolutamente espectacular, pero nunca veo progresión ni desarrollo en su personaje. Sam Rockwell o Steve Carell no tienen apenas tiempo entre el maremagnum narrativo para dar entidad a sus papeles. Es Amy Adams la que más destaca con su papel de mujer poderosa en la sombra ante la falta de oportunidades por su género.

Adam McKay olvida lo que mejor le funcionó en La gran apuesta, reírse de todo y todos por muy trágico que sea y se toma demasiado en serio a sí mismo en esta ocasión, así con un primer tercio excesivamente lento y un narrador omnisciente tedioso, el film navega en la intrascendencia excepto en las pocas ocasiones en las que el McKay más subversivo asoma la patita como los falsos créditos o la explicación del por qué de nuestro narrador. Tal es así que cuando la película quiere explotar y provocar no lo consigue, como ese monologo final que debería ser el punto álgido del film y que pasa sin pena ni gloria.


Quizás el mérito de El vicio del poder sea poner ante la opinión pública a un personaje desconocido para muchos pero el modo de hacerlo es un collage que no funciona como comedia ni como denuncia, una mezcla entre un Michael Moore descafeinado y un McKay sin gracia, en definitiva una sátira fallida en la que han dejado escapar vivo a Cheney. 

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