lunes, 12 de octubre de 2020

Sitges 2020 versión online: Parte 1

En este maldito 2020 que tantas cosas se ha llevado por delante, evidentemente un festival de cine es lo menos importante, pero no por ello voy a negar que no me haya dolido faltar por primera vez a mi festival favorito después de seis años de visita ininterrumpida. La cultura es segura, las salas de cine también y experiencias como el festival de San Sebastián o la información que nos está llegando desde Sitges de su magnífica organización lo demuestran más que nunca, pero la incertidumbre y los miedos han hecho que mi cita anual con el fantástico se haya visto interrumpida este año, aunque por supuesto esto no es un adiós, el año que viene las ganas van a ser el doble y mientras tanto, podemos tener un pequeño sustitutivo con la versión online que ha puesto en marcha el festival y que pese a las dudas iniciales hay que recalcar que está funcionando a la perfección hasta el momento.
Este nuevo formato también traerá un cambio al Diario de Festival y así nuestra cita diaria se convertirá a pequeños recopilatorios de lo que pueda ir viendo mientras compagino el festival con la vida real y es que ese mundo maravilloso y de felicidad continúa de horas y maratones de cine de género solo se puede vivir en el mismo Sitges, aún así, allá vamos.
La historia de Enriqueta Martí es una de las más conocidas dentro de la crónica negra catalana, la llamada Vampira de Barcelona ha protagonizado multitud de libros e incluso cómics que han especulado con una historia llena de rumores y misterios.
Demasiado había tardado una historia tan atractiva en llegar al cine y ha sido Lluis Danés el encargado con La vampira de Barcelona, título de escasos medios materiales pero importantes aspiraciones artísticas. El film relata a modo de crónica periodística la historia de Enriqueta, centrándose así más en la investigación de lo sucedido realmente que en la figura de la acusada o incluso los horribles crímenes. Así su protagonista viaja entre los deprimentes grises bajos fondos y las fiestas tan coloridas como corruptas de la burguesía barcelonesa de principios del S.XX. 
El film me gana con su marcada apuesta estética que apuesta por potenciar esa diferenciación de la sociedad mezclando la tradición teatral con la innovación tecnológica y digital pero me pierde en su indefinición de personajes y su apuesta por ser más un alegato en favor de la injustamente condenada que una historia en sí misma.


No hay nada que pueda perjudicarnos más que los prejuicios, incluso los que nos imponemos nosotros mismos, y entono el mea culpa cuando después de mi mala experiencia con Réalité le puse la cruz a su director, por suerte unos años después el estilazo de Dujardin con cierta chaqueta de piel de ciervo me hizo entrar en razón y reconocer que el bueno de Quentin tenía un universo propio tan personal que como mínimo vale la pena intentar visitar porque siempre vas a encontrar algo diferente e interesante, te guste más o menos.

Mandibules ha significado la confirmación de mi conversión a la fe dupexiana con una historia sobre la amistad que une a dos protagonistas dignos de cualquier producto de los Farrelly con una adorable mosca gigante y las situaciones y personajes surrealistas típicos de la mente de Quentin Dupiex. La película transita entre buddy movie, bromance, cine de atracos y Adele Exarchopoulos que se podría considerar en esta ocasión en un género propio ya que su personaje irrumpe con tal fuerza en el film que arrolla al resto por completo. Una comedia tan divertidamente disparatada que hace imposible no quererla. No volveré a desconfiar de ti Quentin, lo prometo. 


Reconozco que a veces utilizamos el término película festivalera con demasiada ligereza, a veces para defender películas de calidad algo justita, otras para poner el tuit rápido y fácil mientras esperamos en la cola de la siguiente película, pero también hay ocasiones que definen a la perfección esas películas concebidas para disfrutarse en ciertas condiciones, con un público muy a favor de corriente de ciertos tropos y licencias.

En Sitges siempre han gustado las parodias de género, y un divertimento que se ríe del género de psychokillers con la ya habitual nostagia ochentera y un nerd protagonista que podríamos encontrarnos corriendo de Prado a Retiro en cualquier momento, evidentemente está triunfando.

Vicious Fun es una comedia un tanto descerebrada en la que nuestro protagonista debe huir de un grupo de asesinos a sueldo, con sus gags escatológicos y su puntito gore festivo. Una experiencia que en una sala repleta de publico entusiasta se debe haber disfrutado a lo grande pero que en casa y soledad se ve con cierta sonrisilla y se olvida a las pocas horas, ni molesta ni permanece, hemos visto decenas de estas cada año y las seguiremos viendo.


Fried Barry sin duda va a ser una de las que va a crear bandos enfrentados este año y es que la película de Ryan Kruger es de todo menos accesible. Continuando la historia del multipremiado cortometraje con el mismo nombre, vivimos en primera persona la visión de un alien que abduce a un yonki en Ciudad del Cabo, la visión del ente extraterrestre de la depravación humana y los bajos fondos de la ciudad sudafricana se unen al viaje lisérgico de su continua ingesta de drogas. Más allá de la impresionante capacidad gestual y corporal de su protagonista, el film quiere ser tantas cosas y a tal velocidad que por momentos es fácil perderle el ritmo y sin embargo este Gurb pasado de LSD siempre logra volver a atraparte con algunas de las decenas de aventuras que vive en sus algo alargados 99 minutos para conseguir desencajarte la mandíbula (no tanto como a Gary Green) ante tal despliegue de imaginación. A pesar de sus peros y dificultades, según pasan las horas voy estando cada vez más a favor de la propuesta.


Otra tradición que se ha instaurado en los últimos años es la de los documentales sobre ciertos artesanos del séptimo arte que no solo nos recuerdan la importancia de su labor, si no que nos hacen apreciar y amar aún más al cine. Después de un par de años observando el trabajo de los encargados de los efectos prácticas como Phil Tippet, este año tocaba ver la obra de otro tipo de artista, Renato Casaro, uno de los más importantes ilustradores de los carteles de cine más tradicionales.

En plena época de carteles genéricos e impersonales salidos de los teclados más perezosos de photosop es una maravilla ver el arte del ilustrador italiano, recordándonos una época en la que no solo los carteles eran diferentes, si no que el propio cine era distinto, esa época en la que se construía un arca de noé a tamaño real o se confiaba durante semanas en una película hasta que empezaba a funcionar en taquilla, un tiempo definitivamente acabado. Si bien el biopic no explora demasiado en la personalidad del artista, solamente observar su obra ya convierte el documental en una preciosidad imprescindible para cualquier amante del cine.


Finalizo esta primera entrega recopilatoria de lo visto en la versión online de Sitges 2020 con una de las películas más esperadas del festival, y es que Relic llegaba a Sitges cargadas de buenas críticas y reconocimiento por todos los festivales por los que había pasado.

Y desde ya podemos confirmar que nos encontramos con otro de esos debuts apabullantes dentro del terror en los últimos años en la línea de las magníficas The Witch, Déjame salir, Hereditary o It Follows (vale, esta es un poco trampa), pero nos hacemos a la idea del extraordinario momento que está viviendo el género más allá de engañosas y absurdas polémicas tuiteras.

Natalia Erika James dirige y escribe una ópera prima en la que armoniza de manera ejemplar el drama familiar con el elemento sobrenatural, la enfermedad con la maldición, la casa embrujada con la familia desestructurada, gracias a un trío de actrices a cual más acertada que componen las tres generaciones de una familia maldita tal vez por un ente sobrenatural o quizás solo por la imbatible enfermedad. 

Relic es tan rica en capas y lecturas que su visionado se convierte en una delicia repleta de metáforas y simbolismo, donde podemos huir del mal que nos persigue por unos pasillos que se pudren a nuestro paso pero no del que habita en nuestro interior y pasa de generación en generación. Para el recuerdo ya un último plano tan bello como tremendamente doloroso. Lo reconozco, me ha dejado sin aire.


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